Te vas a hartar de pensamiento positivo, querida amiga. Pero lo que te digo es verdad: el cáncer me ha animado a vivir experiencias que nunca pensé vivir. Y me gusta.
Por ejemplo, dejé de teñirme el pelo de negro. El color que debía tener, pero que desde los veintitantos años estaba cargado de canas. Después de la radioterapia, empezó a salirme un pelo muy blanco. Y me gustó. Ahora sólo me lo tiño cada dos meses, de rubio platino.
Es el momento de cambiar: después de tener la talla 100 de pecho durante tantos años, con la reconstrucción pienso en una talla adolescente. "La buena teta, que en la mano quepa"
Otra ventaja: casi por vez primera, me he atrevido a ir por Madrid con sombrero. Con uno precioso de panamá. No voy siempre, sólo cuando quiero. Tengo otro, de paja italiana, que uso para el campo. Me lo puse para ir al dolmen de Lácara. Luego se me ha olvidado volver a ponérmelo. Pero aún queda verano y me gusta este juego.
La mayor ventaja de todas: presentarme ante los otros vulnerable, pero no kalimero. Hablar de lo que me pasa y no olvidarme de escuchar lo que les pasa al que está enfrente. Mayor amistad ahora con todos. Lo digo con vergüenza, pero siento que me quieren, que me ven fuerte, amiga, sincera... Al fin, después de mucho patinar, debo de ser una mujer madura.
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